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 Reivindicación del mesonero (por Plutarco Bonilla) Minimizar
Ubicación: BlogsBlogs de Juan Stam    
Publicado por: juanstam 22/12/2020

 

Reivindicación del mesonero

 

Plutarco Bonilla A.[1]

 

De música y poesía

La alegría que suele acompañar a la celebración de los grandes acontecimientos de signo positivo alcanza su paroxismo en el calendario cristiano durante la llamada estación de Adviento y, de manera muy concreta, en su culmen: la Navidad.[2] Las emisoras de radio y las estaciones de televisión se saturan esos días de programas en los que los villancicos y las canciones e himnos navideños ocupan un espacio principalísimo e insustituible.

Hay, en la tradición protestante de esta celebración, un himno muy popular que, hasta donde alcanza nuestra memoria, no ha dejado de entonarse ni un solo año desde los tiempos de nuestra temprana adolescencia, en las diversas comunidades cristianas en cuyo seno hemos festejado el nacimiento de Jesús, el Mesías. Ese himno dice, en su primera estrofa, así:

 

Tú dejaste tu trono y corona por mí

al venir a Belén a nacer,

mas a ti no fue dado el entrar al mesón

y en pesebre te hicieron nacer.

 

La misma idea –o el mismo sentimiento– se ha expresado diversamente en la poesía escrita en nuestra lengua:

—¿Vais buscando, mi Dios, dónde nacer

y no encontráis abierto un solo hogar

y en un establo ruin queréis entrar?

¡Ah! ¡qué pronto empezáis a padecer!

Luis Ram de Vide Viu

(español, †1907)[3]

 

O este otro:

 

Quiso nacer en las casas

de los hombres, por amor:

los hombres estaban ciegos

y le dijeron que no.

Recorrió todas las puertas

pero ninguna se abrió.

Los pechos, también cerrados,

no tenían compasión.

Señor:

En un establo es mejor.

 

Llamó con mano cansada

en la puerta del mesón,

pero allí no había sitio

para que naciera Dios.

Recorrió todo Belén

sin hallar un corazón

que le hiciera un lugarcito

para nacer por amor.

Señor:

En un establo es mejor

 

Francisco Luis Bernárdez

(Poeta argentino)

 

Del nacimiento de Jesús: en Belén

Augusto, el emperador romano, publicó por aquellos días un decreto disponiendo que se empadronaran todos los habitantes del Imperio. [...] Todos tenían que ir a empadronarse cada uno a su ciudad de origen. Por esta razón, también José, que era descendiente del rey David, se dirigió desde Nazaret, en la región de Galilea, a Belén, la ciudad de David, en el territorio de Judea, para empadronarse allí juntamente con su esposa, María, que se hallaba embarazada.

Y sucedió que, mientras estaban en Belén, se cumplió el tiempo del alumbramiento. Y María dio a luz a su primogénito; lo envolvió en pañales y lo puso en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.

(Lucas 2.1, 3-7)

 

De la hospitalidad

Las Escrituras hebreas

En textos de esas Escrituras, que los cristianos llamamos Antiguo Testamento (aunque quizás sería preferible llamarlas “Primer Testamento”), se relatan historias primitivas y fundacionales de la vida de los patriarcas de Israel (aunque los textos mismos sean tardíos) en las que se destaca la práctica de una virtud que se consideraba, en muchos aspectos, como la corona de las virtudes, la virtud que, por excelencia, había que cultivar siempre: la hospitalidad.

Comencemos con el ciclo de Abrahán, el padre de la fe (a quien “reclamamos”, por igual, judíos, cristianos y musulmanes).

El pasaje que muestra de manera más dramática el sentido de hospitalidad, por lo que de sobrenatural tiene, es el de la conocida historia de la visita que tres señores le hacen al Patriarca. Leemos:

Apretaba el calor y estaba Abrahán sentado a la entrada de su tienda, cuando se le apareció el Señor en el encinar de Mamré. Al alzar la vista vio a tres hombres de pie frente a él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la tienda y, postrándose en tierra, dijo:

—Señor mío, será para mí un honor que aceptes la hospitalidad que este siervo tuyo te ofrece. Que les traigan un poco de agua para que laven sus pies, y luego podrán descansar bajo el árbol. Ya que me han honrado con su visita, permítanme que vaya a buscar algo de comer, para que repongan fuerzas antes de seguir su camino.

(Génesis 18.1-5)

 

Para efectos de nuestra reflexión, baste señalar que aquellos “tres hombres” eran desconocidos para el Patriarca y, precisamente por ello, los trata como a visitantes. Cumple así con las obligaciones establecidas en las tradiciones beduinas, de ofrecer protección (incluidos los alimentos) a quienes se encuentren en terreno que les sea extraño. Lo más seguro fue que, dada su apariencia, debían ser personas distinguidas. Aun cuando se habla de tres señores, Abrahán se dirige en primera instancia a quien parece estar a la cabeza del grupo, aunque en la invitación que le hace incluye a los tres.

El gesto de inclinarse “hasta tocar el suelo con la frente”[4] no es propiamente un gesto de adoración, como podría inducir a error la anticipación que hace el redactor, en el versículo primero, de la identidad de quien se le presentaba al Patriarca, pues dice que era “el Señor”[5] mismo. Eso explica que (1) el Patriarca los viera como “tres hombres” (v. 2); (2) les ofreciera agua para lavarse los pies (v. 4), gesto que tendía a aliviar una necesidad de los caminantes del desierto; (3) los invitara a descansar (v. 4); y (4) les ofreciera también comida (v. 5).    En fin, expresión de la perfecta hospitalidad, sellada con la petición que les hace de que se quedaran un tiempo allí (v. 3).

Caso parecido en varios aspectos es el que presenta la visita de los ángeles a Lot:

 

Al caer la tarde los dos mensajeros llegaron a Sodoma. Lot estaba sentado a la entrada de la ciudad: Al verlos se levantó para recibirlos, e inclinándose hasta el suelo les dijo:

—Por favor, señores míos, vengan a casa de su siervo, para que pasen en ella la noche y se laven los pies. Mañana por la mañana podrán continuar su camino.

Pero ellos respondieron:

—No; pasaremos la noche en la plaza.

Pero Lot insistió tanto que se fueron con él y entraron en su casa. Les preparó comida, coció panes sin levadura y ellos comieron.

(Génesis 19.1-3)

 

Este relato de la visita de los dos ángeles a Lot, en Sodoma, cuando van a anunciarle la destrucción de la ciudad, parece calcado del encuentro de Abrahán con los tres hombres. En efecto, encontramos en esa historia los mismos elementos: (1) Lot está sentado (a la entrada de la ciudad, v. 1; Abrahán, a la entrada de su tienda de campaña); (2) se especifica el tiempo (en el caso de Abrahán, al mediodía; aquí, al anochecer, v. 1); (3) se anticipa la identidad de los visitantes (mensajeros, v. 1), pero para Lot eran dos “señores” (v. 2); (4) Lot los ve, se levanta y se inclina ante ellos hasta tocar el suelo con la frente (v. 1); (5) los invita a quedarse en su casa y a lavarse los pies (v. 2); (6) les dio de comer (v. 3); y (7) les ofrece su protección, incluso a gran costo (v. 8).[6]

Un tercer ejemplo de hospitalidad está dramatizado en el relato de la llegada del siervo de Abrahán a Nahor, en tierras de Mesopotamia, a donde había ido para buscarle esposa a Isaac. (Génesis 24.11-25)

 

El mundo griego antiguo

Entre los griegos, hospitalidad se decía, y aún se dice, philoxenía, o sea, amistad con el extranjero, con el extraño. En Homero, si un griego sienta a su mesa a un extraño –es decir, si practica con él la philoxenía– luego jamás podrá levantar la mano contra él.

 

El Nuevo Testamento

Comer juntos –expresión de hospitalidad– fue práctica común en la relación entre Jesús y sus seguidores. Casi desde el principio de su ministerio, como en el caso de Leví, algunos le abrieron las puertas de su casa sin reticencia alguna (Leví: Marcos 2.13ss). En otro caso que parece extraño, Jesús se invita a sí mismo a entrar en la casa de alguien que apenas se había encontrado con él: Zaqueo (Lucas 19.1-10, especialmente el v. 5). Jesús se despide de sus discípulos, antes de la crucifixión, con una cena pascual; y después de la resurrección, comió con ellos (Lucas 24.36-43):

 

Pero aunque estaban llenos de alegría no se lo acababan de creer a causa del asombro. Así que Jesús les preguntó:

—¿Tienen aquí algo de comer?

Le ofrecieron un trozo de pescado, que él tomó y comió en presencia de todos.

(vv. 41-43)

 

Otro caso digno de mención, en que Jesús reprocha a su anfitrión el no haber mostrado las señales de hospitalidad, es el que relata Lucas de la invitación que al Señor le hizo Simón el fariseo. El reproche es acentuado por contraste: quien invita peca de esa falta de los apropiados gestos hospitalarios; la mujer, que se introduce en la sala del banquete sin haber sido invitada, es quien muestra, con sinceridad y devoción, esos gestos ausentes:

 

Y volviéndose [Jesús] a la mujer, dijo a Simón:

—Mira esta mujer. Cuando llegué a tu casa, no me ofreciste agua para los pies; en cambio, ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tampoco me diste el beso de bienvenida; en cambio ella, desde que llegué, no ha cesado de besarme los pies. Tampoco vertiste aceite sobre mi cabeza; pero ella ha derramado perfume sobre mis pies.

(7.44-46; relato completo: 7.1-50)

 

El libro de los Hechos muestra que los discípulos siguieron con la práctica de esa virtud. Y no solo quienes la habían recibido por tradición, como los que eran judíos (Pedro “se quedó una temporada en Jope, en casa de un tal Simón, el curtidor”: 9.43), sino también los procedentes de la gentilidad. La historia de Cornelio, aunque no incluye explícitamente la participación en comida alguna (que seguramente la hubo), rezuma toda ella un profundo sentido de hospitalidad, incluso desde antes de llegar Pedro a la casa del “capitán del batallón que llevaba el nombre de ‘el itálico’”. En efecto, cuando los enviados de Cornelio se encuentran con Pedro en Jope, este “los invitó a pasar la noche allí” (Hechos 10.23).

Las epístolas, especialmente en las secciones finales de saludo, revelan el mismo espíritu de hospitalidad, expresado en ocasiones por medio de un lenguaje emotivamente cargado de cariño (como es, por ejemplo, el capítulo 4 de Filipenses).

Pedro, en su primera carta, exhorta así mismo a los cristianos a practicar la hospitalidad, e incluso da alguna indicación de cómo debe (o no debe) hacerse:

 

Practiquen de buen grado la hospitalidad mutua. Que todos, como buenos administradores de los múltiples dones de Dios, pongan al servicio de los demás el don que recibieron. (4.9-10)

 

Y el anónimo autor de la carta a los Hebreos es muy explícito en cuanto a la importancia de la hospitalidad y al lugar que tal virtud debe ocupar en la vida de los cristianos:

 

Que no decaiga el amor fraterno. No echen en olvido la hospitalidad pues, gracias a ella, personas hubo que, sin saberlo, alojaron ángeles en su casa. (13.1)

 

Y añade que ese amor, que es el fundamento de la hospitalidad, debe manifestarse, de manera muy particular, en el cuidado por los más necesitados. Por ello, de inmediato dice:

 

Tengan siempre presentes a los encarcelados como si ustedes mismos se encontraran presos junto con ellos; y también a los que sufren malos tratos, como si ustedes estuvieran en su lugar. (v. 3)

 

De regreso a Belén...

A la luz de estos datos, surge de inmediato la duda respecto de la interpretación de los relatos del nacimiento de Jesús. Y con la duda, la pregunta de rigor: la actitud de la gente de Belén respecto de aquella pareja, sin consideración alguna por el avanzado estado de embarazo de la mujer, ¿no pone en entredicho lo que era práctica característica en el mundo antiguo, y sobre todo en los pueblos semíticos, la virtud de la hospitalidad? ¿O habrá que reinterpretar el texto bíblico?

En aquellos días, el movimiento de personas debió ser constante. Las órdenes que dio el emperador por medio de sus representantes se estaban ejecutando y afectaban a todos los habitantes de la región.

Y muy probablemente sucedió lo que también sucede en la actualidad. Para comprobarlo –y mutatis mutandis– basta simplemente con que haya congresos, asambleas, convenciones o cualquier otra actividad multitudinaria semejante, civil o religiosa, y observar lo que sucede en cuanto a alojamiento. Entonces, el tropel de gente que acude al lugar de la celebración suele ser tal que hoteles, hostales, pensiones y hasta casas particulares que se habilitan para recibir huéspedes no dan abasto para dar acogida a todos los que la solicitan. Pero la historia que nos interesa no ocurrió recientemente ni en una gran ciudad. Tuvo lugar en un rincón olvidado del imperio romano, utilizado en ocasiones como “destino de castigo” para oficiales que no contaban con la confianza, o simpatía, de sus superiores. Es más, la historia se desarrolla en una aldea de ese “rincón”: en Belén de Judea. (Esto nos recuerda que no puede interpretarse un texto antiguo a partir de categorías de nuestro propio siglo).

Guardando las proporciones, la situación correspondía.

Concedamos, en principio, que en aquella aldehuela (llamada precisamente así en un himno navideño que ya no se oye mucho: “¡Oh, aldehuela de Belén, afortunada tú...!”), concedamos, pues, que allí había un mesón. Se nos plantea, de inmediato, una pregunta: cuando uno llega a un pueblo en busca de alojamiento en un hotel (motel, hostal, posada, mesón... o como quiera llamársele al establecimiento que recibe huéspedes) y no encuentra lugar porque ya todos están ocupados, ¿de quién es la “culpa”? ¿Del gerente del negocio o de quien llega tarde? ¿Existía, en aquellos días, el sistema de reservas con que contamos hoy? Aplicado esto al relato que nos ocupa, ¿se dice, acaso, que el mesonero no quiso darles alojamiento? ¿No se dice, más bien, que “no había lugar en el mesón”? Y si no había lugar, ¿qué culpa tenía el mesonero? ¿Debía, acaso, echar a la calle a algunos huéspedes para que les cedieran el lugar a los recién llegados? ¿Por qué, entonces, la tradición cristiana carga la culpa –o la responsabilidad– sobre el mesonero, a quien indirectamente se desprecia al acentuar machaconamente que “no había lugar en el mesón”? (Hemos de recordar que no se dice en ningún momento que el mesonero conociese a aquella pareja).

La interpretación del relato escriturístico, que sirve de fundamento al himno y a los poemas mencionados al principio, ha hecho que los predicadores de Navidad presenten a los oyentes un mesonero sin corazón, como modelo de lo que no debe seguirse o como el ejemplo casi perfecto de lo que no debe hacerse.

La consigna es, especialmente en esos días la siguiente: ¡No sean como el mesonero! ¿No hagan lo que él hizo! De esa manera, la oferta de hospedaje en el pesebre se ha elevado a categoría teológica (y, de manera más específica, a categorías cristológica y soteriológica).

 

...y al... ¿mesón?

Las tradiciones recogidas en los evangelios es doble: (1) Mateo nos dice que los sabios de Oriente, al llegar a donde se había estacionado la estrella, entraron “en la casa” (eis tēn oikían). Consideramos que la palabra es clara: se trataba de una casa como las que eran comunes en aquella época y en lugares como Belén de Judea; (2) pero en cuanto al Evangelio de Lucas, la situación resulta más compleja, porque los mismos traductores no se ponen de acuerdo en cuanto a la traducción tanto de la palabra que se encuentra en 2.7 como respecto de la que se encuentra en 2.12 y 2.16.

Dado este hecho, la lectura de los textos de Lucas plantea una serie de preguntas que demandan respuestas satisfactorias para intentar, al menos, una mejor comprensión del relato evangélico. Estas son algunas de esas preguntas: ¿Qué era aquel establecimiento que las traducciones castellanas llaman “mesón”? El pesebre, ¿qué clase de “pesebre” era? ¿Dónde estaba ubicado?

Determinar de qué se trataba el “mesón” resulta clave. Las posibilidades podrían ser las siguientes: (1) un establecimiento dedicado específicamente a hospedar transeúntes o viajeros; y (2) una casa particular en la que había lugar para dar alojamiento a algún visitante.

La palabra griega que se ha traducido por “mesón” o “posada” es el vocablo katályma. La que se traduce por “pesebre” o “establo”, phátnē.

Katályma tiene un sentido amplio. Puede significar, como aparece en la mayoría de las traducciones de Lucas, “mesón”. O sea, un establecimiento donde la gente se hospeda. Pero como se muestra también en el Nuevo Testamento y en el propio Evangelio de Lucas, katályma es, también, un cuarto, una habitación de la casa. Leemos así en 22.11: “y díganlo al dueño de la casa: ‘El Maestro dice: ¿Cuál es la estancia [katályma] donde voy a celebrar la cena de Pascua con mis discípulos?’”.[7]

En el caso del nacimiento de Jesús, ¿de qué se trataba? ¿de un “mesón” o simplemente de la “habitación” de una casa?

 

Y volvemos a Belén

¿Qué sabemos del Belén de aquella época? Ya la hemos caracterizado de “aldehuela”, de pequeña aldea. Prestemos atención a algunos datos que encontramos en el Nuevo Testamento: (1) Aparte de su mención en los relatos del nacimiento de Jesús, tanto en Mateo como en Lucas, solo vuelve a aparecer este nombre, en el resto del Nuevo Testamento, en Juan 7.42, como el nombre del pueblo de donde procedería el Mesías, según decían las Escrituras; pero (2) resulta un tanto desconcertante que habiendo nacido Jesús allí, ni una sola vez, en los Evangelios, se lo llama belemita. Al contrario, es más bien conocido como originario de Galilea y propiamente como nazareno. De hecho, en el texto que acabamos de citar, los que discuten con Jesús utilizan ese argumento para rechazar su mesiazgo: como es de Galilea no puede ser el Mesías. Más aún: desde el principio de su ministerio, algunos eran reacios a creer en Jesús por esa misma razón. El Evangelio de Juan nos cuenta que el propio Natanael, cuando Felipe le habla de Jesús y le dice que este es de Nazaret, exclama:

“¿Es que puede salir algo bueno de Nazaret?”. Felipe se limita a recurrir a la experiencia personal: “Ven y verás”, le contesta a Natanael. (1.46) ¿Qué podemos deducir de esta información?; (3) En ambos casos, y por el mismo autor, las referencias a Belén y a Nazaret se explican por el recurso a las escrituras proféticas. En un caso, se da razón del lugar del nacimiento; en el otro, del apelativo. Para Mateo, Jesús nació en Belén porque, como señalaron los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley a quienes consultó Herodes, así fue profetizado por Miqueas. Y el mismo Mateo, poniendo en práctica una exégesis para nosotros extraña explica que los padres de Jesús fueron a residir a Nazaret, después de haber sido los primeros refugiados políticos del Nuevo Testamento, “para que se cumpliera lo que dijeron los profetas: que Jesús sería llamado nazareno” (Mateo 2.23, DHH); (4) Tanto Belén como Nazaret eran pueblos muy pequeños. “En aquel tiempo, Nazaret era un pueblo de poca importancia, en las montañas de Galilea”.[8] Y Belén, situada a unos 10 kilómetros de Jerusalén, era igualmente un pueblecito sin mayor importancia desde hacía siglos, aparte de que había sido el lugar del nacimiento de David y ahora, según la profecía, lo era del nacimiento de Jesús “el que guiará a mi pueblo Israel”. Y es este recurso a esta profecía lo que a la larga resulta realmente sorprendente: no solo desaparece Belén del mapa geográfico del Nuevo Testamento, sino que además no aparece como apelativo para designar a Jesús. La otra profecía parece asumir la prioridad, y Jesús es conocido como nazareno.

Ahora bien, si Belén no solo es una aldea sino que, además, no vuelve a mencionarse en todo el Nuevo Testamento, ¿sería posible que hubiera allí un mesón y que la tradición que recoge Mateo lo hubiera destacado así?

Consideramos que es más admisible pensar que no se trataba de un mesón propiamente dicho, sino de una casa en la que, en esta situación muy particular del censo, se acogían a algunos de los que llegaban para acatar la orden imperial.

Pero hay más.

 

El pesebre

La palabra que se traduce por “pesebre” tiene un doble sentido: puede significar el pesebre propiamente dicho, pero también el establo. Es decir, puede referirse al cajón donde se les echa la comida a los animales o al lugar donde se encierra a los animarles para resguardarlos (aprisco, corral, redil). Pero ¿cómo hemos de entenderlo en los textos lucanos?

Aquí es necesario comentar algo sobre las casas en aquella época y en pueblos como Belén.

La vida hogareña en Palestina en muchos sentidos era similar a la que hoy existe en las zonas rurales más apartadas del Medio Oriente. Las casas de los campesinos estaban construidas de ladrillos de barro cocido, con piso de tierra apisonada y un techo plano de palos y cañas o ramas que se revocaban con barro. El interior de la casa estaba frecuentemente dividido en dos partes, en una de las cuales el piso estaba levantado unos 30 cm o más por encima de la otra. Las mujeres hacían su trabajo en el nivel más alto, y la familia dormía quizá en una cama tendida sobre el piso. En el nivel inferior podían permanecer los animales cuando era necesario que estuvieran al abrigo. Allí podían jugar los niños y probablemente se hacían también algunos trabajos. Con frecuencia había una escalera en la casa que llevaba hasta el techo, y allí la familia podía dormir en el verano.[9]

Los siguientes dibujos son ilustrativos y se explican por sí mismos:

 

 

 

Casa típica judía del siglo I

 

Parte superior: Sección de dormitorio y sala de estar

Parte inferior: Sección donde se pasa el día y donde

se protegen durante la noche animales

vulnerables y de especial valor

© 2009 Bible Study Magazine & Logos Bible Software

 

Resulta, pues, que en la casa, normalmente de dos niveles, se incluía espacio para los animales que no eran de cría sino para las labores del campo (asno, bueyes). Los rebaños propiamente dichos se mantenían aparte, protegidos en el aprisco o redil. Por tanto, el pesebre de que hablan los textos de Lucas no era, muy probablemente, parte de establos que estaban apartados de la casa.

Ahora bien, hagámonos una ulterior pregunta: si José era originario de Belén, ¿no tendría allí familiares, aunque fueran lejanos, y amigos? Y si era así, ¿no sería que el “no había lugar para ellos en el mesón” significa, más bien, que la casa de un familiar o amigo estaba ya llena cuando José y María llegaron, por lo que el único espacio disponible para ofrecer como alojamiento era, precisamente, el pesebre? Si fuera así el caso –como consideramos que probablemente fue– ese ofrecimiento del pesebre para alojar a los recién llegados había sido un gesto de hospitalidad... por muy pobre que el lugar hubiera sido. No hay que olvidar que la pareja pertenecía a la clase pobre. No se trataría, por ende, de un gesto de desprecio, sino de acogida.

Hay, sobre todo, dos traducciones al castellano que recogen este entendimiento del texto bíblico. Leemos el pasaje en una de ellas:

 

Poco antes de que Jesús naciera, Augusto, emperador de Roma, mandó hacer un censo, es decir, una lista de toda la gente que vivía en el Imperio Romano. [...]

Todos tenían que ir al pueblo de donde era su familia, para que anotaran sus nombres en esa lista. José pertenecía a la familia de David. Y como vivía en Nazaret, tuvo que ir a Belén para que lo anotaran, porque mucho tiempo antes allí había nacido el rey David. Lo acompañó María, su esposa, que estaba embarazada.

Mientras estaban en Belén, a María le llegó la hora de tener su primer hijo. Como no encontraron ningún cuarto donde pasar la noche, los hospedaron en el lugar de la casa donde se cuidan los animales. Cuando el niño nació, María lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre.

(Lucas 2.1, 3-7, TLA[10])

 

Puesto que no siempre los tiempos verbales de un idioma coinciden con los de otro, especialmente en las narraciones, nos preguntamos si lo que se dice en los versículos finales no habría querido decir, mejor, lo siguiente: “Como no habían encontrado ningún cuarto donde hospedarse, los habían hospedado en el lugar de la casa donde se cuidan los animales”. A fin de cuentas, en el texto se da a entender que entre la llegada de la pareja a Belén y el alumbramiento de María había transcurrido cierto tiempo. ¿Dónde habían estado hospedados en ese ínterin?

La otra traducción que interpreta así el texto es la conocida como La Palabra de Dios para todos.

 

En estos días el emperador Augusto ordenó que se levantara un censo de todo el mundo habitado. [...] Por lo tanto, cada uno tenía que ir a inscribirse a su propio pueblo.

Entonces José también salió del pueblo de Nazaret de Galilea. Se fue a Judea, a Belén, al pueblo del rey David, porque era descendiente de él. Se registró con María, quien estaba comprometida con él. Ella estaba embarazada y mientras estaban allí, llegó el momento de que diera a luz. Al nacer su hijo primogénito, lo envolvió en retazos de tela y lo acostó en el establo, porque no había ningún lugar para ellos en el cuarto de huéspedes.

(Lucas 2.1, 3-7, PDT[11])

 

Hay otra tradición, algo posterior, que ubica el lugar del nacimiento de Jesús en una cueva. El testimonio más temprano que tenemos proviene de Justino Mártir (conocido también como “Justino el Filósofo”). José Saramago, el gran escritor portugués y premio Nobel, recoge esta tradición en su obra El evangelio según Jesucristo.

 

Por tanto...

Debemos, en primer lugar, leer el texto bíblico desde su propio contexto social y no desde nuestra mentalidad urbana y moderna.

Y, en segundo lugar, debemos también penetrar en el significado propio de estos relatos de los Evangelios. No procuran enseñarnos a evitar un mal ejemplo, de desinterés y desprecio, sino, todo lo contrario, a seguir un excelente modelo: el de la hospitalidad. Y a seguirlo, como dice el texto de Pedro que hemos citado, poniendo “al servicio de los demás el don” que hayamos recibido. Por eso, se trata, más bien, de una invitación a recibir a Jesús ofreciéndole lo que tenemos, aunque parezca tan pobre como el pesebre en una casa del siglo primero en aquellas tierras.

Y no olvidemos aquellas otras palabras del mismo Jesús:

 

Les aseguro que todo lo que hayan hecho a favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo han hecho. (Mateo 25. 40) cecarticulos@gmail.com

 

Tres Ríos, Costa Rica

Enero, 2015

 

 

 

                                                          

 



[1]Agradezco al Prof. Dr. Hugo Zorrilla el haber tenido la gentileza de leer este texto y ofrecerme algunas valiosas sugerencias que lo han mejorado. [En cuanto a las citas bíblicas, mientras no se indique otra cosa, todas están tomadas de la traducción publicada por la Sociedad Bíblica de España, que lleva el título de Santa Biblia-La Palabra. El mensaje de Dios para mí, 2010, que citamos como LP. Otras abreviaturas se explican en las notas correspondientes].

[2]En la Iglesia Ortodoxa Griega –y suponemos que en todas las Iglesias Ortodoxas– la celebración más gozosa del año litúrgico correspondería, más bien, a la Pascua Florida o Domingo de Resurrección.

[3]Esta estrofa y las dos siguientes las hemos tomado de la obra del P. Pablo Schneider, S. V. D., Jesús en la poesía (Buenos Aires: Editorial Guadalupe, 1955), p. 88 (del soneto “El portal de Belén”) y p. 100 (de “El establo”), respectivamente.

 

[4]El verbo que usa aquí la Septuaginta, proskynéw (Septuaginta, edidit Alfred Rahlf [Stuttgart: Deutsche Deutsche Bibelgesellschaft, 1979]) es el mismo que se usa en unos 60 textos del Nuevo Testamento y que se traduce por postrarse, rendir homenaje, venerar y adorar, según el contexto.

[5]R-V (Santa Biblia, versión de Reina-Valera): “Jehová”; NBJ (Nueva Biblia de Jerusalén): “Yahvé”. En la Septuaginta, theós.

[6]“De acuerdo con las costumbres del antiguo Oriente, la obligación de proteger la vida de un huésped era aun más importante que el honor de una mujer. Cf. Jue 19.23-24)” (nota a Génesis 19.7-8, en La Biblia Dios habla hoy. Edición de Estudio [Sociedades Bíblicas Unidas, 1994]).

 

[7]Reina-Valera 1995 traduce esta palabra, en este versículo, por “aposento” y Dios habla hoy, por “cuarto”.

[8]Nota q a Mateo 2.23 en DHH-EE.

[10]Biblia para todos, Traducción en lenguaje actual (Sociedades Bíblicas Unidas, 2002).

[11]Santa Biblia. La Palabra de Dios para todos (EE. UU.: Centro Mundial de Traducción de la Biblia, 2005).

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