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 Apocalipsis 4-5 como modelo del culto Minimizar
Ubicación: BlogsBlogs de Juan Stam    
Publicado por: juanstam 29/08/2018

Apocalipsis 4-5 como modelo del culto

 

Un día del Señor, hace unos 1900 años, un siervo de Dios se hallaba preso en una isla penal llamada Patmos.  Muchos kilómetros de mar le separaban de las amadas congregaciones que había pastoreado y que ahora estarían reunidos en culto.  No es muy difícil imaginar cómo debía de sentirse: igual que se siente todo pastor/a (y todo fiel cristiano) cuando no puede unirse en adoración con los hermanos y hermanas.  Sin duda anhelaba unirse en el culto para adorar al Señor, pero no podía.  En eso una voz como de trompeta le llamó, y Juan de Patmos sabía con plena seguridad que, a pesar de las circunstancias, el mismo Resucitado estaba presente en medio de su pueblo para hablar a las congregaciones (Apoc.1-3).

 

En una segunda visión (Apoc.4-5) el Señor le permite a Juan ver el cielo mismo y en el acto le invita a participar en todo un "megaculto" como jamás había experimentado ser humano alguno. El cap.4 describe con sublime belleza y majestad la adoración al Creador "que está sentado en el Trono". El culto sigue en el cap.5 con la adoración al Cordero, inmolado y resucitado, que "ha vencido y es digno de abrir los sellos".  Estos dos capítulos son todo un modelo de culto y nos indican desde un principio el carácter "litúrgico" de todo el Apocalipsis. 

 

Pocos lectores del Apocalipsis hoy toman en cuenta esta clave indispensable para la lectura de este libro.  ¡O el Apocalipsis se lee "en clave de adoración y culto", o el Apocalipsis se lee mal!  Todo este libro es profundamente litúrgico y debe leerse doxológicamente.  En estas páginas intentaremos analizar Apoc.4-5 como culto y como modelo para las celebraciones de la comunidad de fe.

 

El escenario del culto (Apoc.4.1-8a). La imagen central de estos versículos es "un Trono establecido en el cielo" (4.2).  En esos tiempos, bajo el imperio romano, el Trono era un símbolo muy poderoso, las más de las veces temido por la injusticia y crueldad de su ocupante en Roma.  Pero aquí Juan ve un Trono cubierto por el arco iris (Gén.9.12s), un trono bajo el signo de la gracia.  Y todo el culto se desarrolla alrededor del Trono: el reinar de Dios en nuestras vidas y comunidades es el inicio, el centro y el fin del culto cristiano.

 

Muy cerca del Trono, junto a sus cuatro patas, había cuatro "vivientes", con aspecto de león, buey, humano y águila respectivamente (4.6b-8a).  ¡Nos sorprende un poco descubrir estas criaturas metidas en el culto celestial! Pero es que nuestro Dios es Dios de la vida, y la quiere tener lo más cerca de su Trono.  Sin tratar de identificarles más de lo debido, podemos decir que en conjunto representan la vida misma (se llaman "los vivientes"), y específicamente los animales salvajes (el león), los animales domesticados (el buey), el ser humano y las aves (águila).  Son estos cuatro "vivientes" que van a arrancar todo el culto, culminarlo con su "Amén" y figurar en casi todos los pasajes litúrgicos del libro.  Esto nos hace recordar que el culto cristiano es adoración a Dios como Creador y celebración de la vida que Dios nos ha dado.

 

Más afuera, en un círculo mucho más amplio, Juan ve veinticuatro tronos (como si fueran "satélites" del gran Trono central) y veinticuatro "presbíteros" sentados en sus tronos (así como Dios está sentado en el suyo).  Ellos están vestidos de ropas blancas y llevan coronas de oro (4.4). El claro paralelo con 4.2 (tronos, sentados) y el simbolismo de la corona muestra que estos son los que ejercen autoridad delegada por Dios.  Se puede decir que son los que co-gobiernan con Dios en el mundo y en la historia.  Puesto que todo el cap.4 se concentra en el tema de la creación, y visto que (dentro de la visión) Juan no sabe nada del Cordero hasta 5.5s, es mejor no ver en los ancianos ni a los patriarcas de Israel ni a los apóstoles de la iglesia.  Lo más acertado es entenderlos como figuras simbólicas de autoridad y poder, como los cuatro lo son de la vida.

 

El Sanctus de los vivientes (4.8b-9): La celebración del culto comienza en pequeña escala, con los cuatro vivientes que rodean el Trono. En ellos la vida misma declara que Dios es tres veces santo, recordando el culto celestial que presenció Isaías siglos antes (Isa.6.3).  Reconocen que Dios es "el Señor Todopoderoso" (cf. El Shaddai, Gén.17.1) y el eterno "Yo soy". ("El que era, el que es, y el que ha de venir" es una ampliación griega del "Yo Soy" de Ex.3.14).

 

Este fascinante cuarteto litúrgico - ¡un león, un buey, un humano y un águila! - vive para adorar.  No cesan día y noche de proclamar su solemne Sanctus en alabanza de Aquel que les dio la vida.  Ahora, si el Trono es el centro del universo (como iremos viendo en todo el pasaje), y si este cuarteto doxológico vive en incesante alabanza, descubrimos que la verdadera realidad del universo es litúrgica, es alabanza.  El ritmo del cosmos entero es un ritmo de adoración y alabanza.

 

La adoración de los ancianos (4.9-11): Cada vez que los cuatro vivientes proclaman su Sanctus, día y noche, los veinticuatro ancianos responden con una acción y una aclamación.  Primeramente, se bajan de sus tronos para postrarse humildemente ante el que está sentado en el Trono, y colocan sus coronas ante su Trono.  ¡Qué cosas más difíciles para los que ostentan el poder: bajar de sus tronos, arrodillarse, y poner la "corona" de su autoridad a los pies de Dios! ¡Y qué cuadro más hermosamente impactante: veinticuatro dignatarios postrados ante Dios y veinticuatro resplandecientes coronas de oro, rodeando al Trono en perfecta armonía y simetría! ¡Veinticuatro cabezas sin corona y veinticuatro coronas sin cabeza!

 

Después de esa acción litúrgica, los ancianos pronuncian su propia alabanza, en la forma de un "Digno eres".  Esa fórmula litúrgica no tenía raíces en el Antiguo Testamento ni en la sinagoga judía, sino que procedía de los ritos de adoración al Emperador.  Tomar esa expresión y dirigirla no al Emperador sino a Dios (y después al Cordero, 5.9,12), representaba un desafío osado contra los reclamos del imperio idolátrico.  Con una triple aclamación los ancianos declaran al Señor digno de gloria, honra y poder, porque es el Creador del universo (4.11).

 

Aquí comenzamos a observar una característica importante del culto: es esencialmente antífona (cf. la adoración de los serafines en Isa.6.3: "el uno al otro daba voces"; la alabanza avanzaba entre una voz litúrgica y otra, hasta llenar el universo entero de la gloria del Señor).  El culto de Apoc.4-5 comienza bastante pequeño y sencillo, con el Sanctus de los cuatro vivientes.  A esto responden los veinticuatro ancianos primero con significativos gestos litúrgicos y después con su propia aclamación.  En seguida se introducirá un nuevo problema (el rollo) y un nuevo personaje (el Cordero).  Siguiendo la antifonía del capítulo 4, en 5.8-9 los cuatro y los veinticuatro se unen en nuevos gestos litúrgicos y un nuevo y más extenso "digno eres".  A este "canto de los 28" responden antifonalmente millones de millones de ángeles con una séptuple aclamación ("es digno;" 5.11-12), al que contesta toda la creación con una alabanza, ahora a Dios y al Cordero juntos (5.13).  El "responso" final es un "Amén" solemne de los cuatro vivientes y una última postración litúrgica de los veinticuatro ancianos (5.14).  Cada paso del creciente culto es una respuesta antífona muy coherente y armónica a lo anterior.

 

Cambios en el escenario (5.1-8): Con el "digno eres" de los ancianos culmina la adoración al Creador y va a comenzar la adoración al Cordero. Se inicia con un objeto nuevo en la liturgia: en la mano derecha del que está sentado en el Trono hay un rollo, escrito por los dos lados y sellado con siete sellos de cera.  Es tan importante este escrito que Juan llora cuando nadie resulta digno de abrirlo. Por lo que ocurre cuando los sellos son abiertos, podemos inferir que sus contenidos se refieren a acontecimientos futuros (guerras, hambrunas, persecución, terremotos, etc. Apoc.6; cf. Mr.13). 

 

Un ángel, de muy fuertes pulmones, lanza una pregunta litúrgica a todos los rincones del universo.  Invita a presentarse quienquiera que fuera digno de abrir los sellos, pero nadie se atreve a responder.  Un silencio cósmico muestra elocuentemente que somos totalmente incapaces de salvarnos a nosotros mismos.  A ese silencio Juan responde con una acción litúrgica que es a la vez profundamente personal: Juan llora amarga y desconsoladamente.  Sus lágrimas, con las que reconoce nuestro pecado e indignidad ante Dios, corresponden al momento de arrepentimiento en el culto.  Su llanto expresa la angustia de lo que hubiera sido un mundo sin Cordero:

 

                                             Si no hubiera sido por el Señor,

                                             mi alma se hubiera perdido,

                                             Si no hubiera sido por el Señor.

 

Este momento, muy paradójico en la misma presencia de Dios, nos recuerda que las lágrimas también pueden ser parte de nuestro culto.

 

A las lágrimas de Juan uno de los ancianos, desde su trono en el amplio círculo de la periferia, responde con una proclamación del evangelio. El anciano le avisa a Juan, como si fuera por primera vez, que el Mesías (León de Judá Gén.49.9 y Retoño de David Isa.11.1,10) ha vencido y es digno de abrir los sellos.  Juan mira entonces hacia el Trono y descubre -- ¡no un León, sino un Cordero!  El Mesías se llama Jesús, y su victoria es su cruz.  Fue inmolado, como víctima sacrificial, pero no sólo vive, es un Cordero alzado en dos pies ("estaba en pie" 4.6).  Percibe todo (siete ojos) y tiene todo poder (siete cuernos).  En seguida hace algo que ningún ángel se hubiera atrevido a hacer nunca: se acerca al Trono y toma el rollo de la mano del que estaba sentado en el Trono (5.7).

 

La adoración de los vivientes y los ancianos juntos: La aparición del Cordero en el escenario tiene un efecto dramático: ¡transforma el llanto en canto!  Con esta nueva realidad, hay un avance cualitativo en la adoración.  Los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos, que en 4.8-11 adoraban día y noche en una antifonía doxológica, ahora unen sus voces para entrar después en una nueva relación antífona con millones de ángeles (5.11s) y con la creación entera (5.13) y terminar al fin con su propia respuesta litúrgica (5.14).  Toda la liturgia tiene cierto aspecto de conversación.

 

El culto, que comenzó en pequeño con las cuatro voces de los vivientes y aumentó a 24 voces en 4.11, ahora crece en varias dimensiones.  (1) Al unirse los vivientes y los ancianos, el coro llega a ser de 28 voces; (2) ahora no sólo "dicen" su alabanza (4.8,10s) sino "cantan un cántico nuevo" de salvación; (3) no sólo cantan, cantan con acompañamiento instrumental (24 arpas, o quizá 28); y (4) la fragancia de incienso, en resplandecientes copas de oro, embellece el ambiente cúltico visual y olfativo.  Se ve lindo y huele rico; en conjunto es una situación litúrgica incomparable.

 

El v.6 enfatiza tres veces que el Cordero ocupaba un lugar central en el cuadro: estaba en medio del trono, de los vivientes y de los ancianos.  Jan van Eyck, en su gran pintura "la adoración del Cordero", representa muy vívidamente esta centralidad del Cordero. En ese cuadro, todo el universo se sitúa concéntricamente alrededor de Cristo, hasta el horizonte más lejano del universo.

 

En seguida el grupo litúrgico de los veintiocho hace algo realmente sorprendente, que podría parecer escandaloso: en la misma presencia de Dios, se juntan para adorar al recién aparecido Cordero con un grado de adoración que hasta entonces no habían rendido ni al Creador mismo.  Todos se postran ante el Cordero, como antes los ancianos se postraban ante el Trono, y todos cantan su doxología al Cordero.  Esto sorprende aún más porque en varios pasajes este mismo libro prohíbe tajantemente todo culto a los ángeles.  Su rigurosa consigna es: "Adora a Dios y no a ninguna criatura" (19.10; 22.8s).  Este momento litúrgico que a la vez aumenta el nivel de la adoración y la dirige a un nuevo receptor, el Cordero, es un fuerte testimonio a la deidad de Jesús.  Si Jesús no fuera Dios, adorarle sería blasfemia, y mucho más de esta manera, bajo los ojos del mismo Dios.

 

El "nuevo cántico" de los veintiocho nos remite a los hechos históricos de la pasión de Cristo, aludidos anteriormente en la figura del Cordero inmolado y resucitado.  En vez de la usual lista de glorias (4.11; 5.12,13), aquí se reclama para el Cordero un sólo mérito: "eres digno de tomar el libro".  Lo fundamenta con tres razones: el Cordero fue inmolado, con su sangre redimió para Dios un pueblo multiétnico, y los hizo reyes y sacerdotes.  Termina con un resultado: porque el Cordero es Señor de los sellos del rollo de la historia, los suyos reinarán sobre la tierra (5.10).

 

La adoración de la multitud angelical (5.11s): Era una idea común en el judaísmo y en el cristianismo primitivo que los ángeles acompañan nuestro culto a Dios.  La comunidad de Qumrán convocaba a los hijos de la luz a unir sus voces con los coros celestiales que adoran constantemente al Señor (Liturgia angelical, frag.2).  Por pequeño, frágil y aparentemente insignificante que fuera nuestro culto -- aun si no llegara a los 28 del "coro unido" de vivientes y ancianos -- ante Dios es hermoso y majestuoso, con el acompañamiento de todos los ángeles de la corte celestial. 

 

"Millones de millones" de ángeles (5.11) debe entenderse como "totalmente innumerable", o sea, todos los ángeles del cielo.  La palabra miríadas (traducido "millones") era el número más grande que conocían los antiguos (cf. Núm.10.36).  Pero Juan hizo algo que otras fuentes nunca hicieron: los coloca a todos alrededor del Trono y del Cordero (5.11).  Así constituyen un nuevo círculo concéntrico, inmensamente más amplio que el de los ancianos, para adorar al Cordero.  Nuevamente Juan usa la palabra kúklô (alrededor; cf "ciclo" y ver también kuklóthen 4.3s).  El siguiente coro extenderá el círculo a toda la creación (5.13).  El Trono y el Cordero son "el centro del centro", el fulcro del universo.  Todo está ubicado "alrededor del Trono" (4.3s), hasta los últimos confines del universo.  ¡Jesucristo es el Señor de todo y de todos y todas!

 

Esta enorme muchedumbre angelical eleva a gran voz una séptuple alabanza al Cordero (5.12 ¡sin mencionar al Padre!).  El hecho de que sean precisamente siete atribuciones del Cordero no es casualidad; significa la perfección completa de alabanza e implica claramente que el Cordero es Dios.  En la "liturgia angelical" de la comunidad de Qumrán se repetía innumerables veces la fórmula, "alábale con siete palabras maravillosas", "con siete palabras majestuosas", y otros términos parecidos.  En esto debe notarse la progresión desde el triple Sanctus de los vivientes (4.8) y el triple "dignus" de los ancianos (4.11), a la esencialmente monotemática alabanza de los 28 (5.9s), a la séptuple exaltación del Cordero por el coro multimillonario de ángeles.  El crescendo cualitativo corresponde al aumento cuantitativo en el proceso, de cuatro a doce a veintiocho a millones de millones.

 

La adoración de la creación entera (5.13): Con el v.13 llegamos al último de los círculos concéntricos, que resulta ser nada menos que todo el universo.  Ahora todo lo existente llena repletamente el escenario, siempre alrededor del Trono.  Nada de lo que existe queda fuera de la visión final; no habría donde meterlo.  Aun sobrepasa la envergadura del desafío del ángel fuerte (5.3).  Antes, sin el Cordero, no había nadie ni en el cielo ni en la tierra ni entre los muertos que pudiera abrir el libro. Ahora toda la creación en el cielo, tierra, sub-tierra y mar alaba al Cordero que pudo asumir el reto del ángel fuerte y tomar la dirección de la historia.

 

En esta última y cósmica alabanza predomina el número cuatro, número de la naturaleza (4 puntos cardinales, 4 vientos, 4 temporadas del año).  La creación entera, en sus cuatro esferas (cielo, tierra, sub-tierra y mar), se une integralmente en alabanza al Creador y al Cordero inmolado.  Y en forma consecuente y simétrica, la alabanza cósmica también se articula en cuatro elementos: la alabanza (eulogía), la honra (timê), la gloria (dóxa), y el poder (krátos, poder activo).  Todos esos ya habían resonado en las doxologías anteriores, pero ahora reciben un significado especial: primero, por expresar la adoración del universo entero, reconfirmado en su estructura cuádruple; segundo, porque estas cualidades se atribuyen al Creador y al Cordero juntos; tercero, porque se los atribuyen "por los siglos de los siglos" (cf. 4.10).  Como el Creador es eterno (el "yo soy", 4.8, cf 1.5), el Cordero y su victoria redentora son también eternos y universales.

 

Aquí descubrimos una verdad de extraordinaria importancia -- ¡el universo entero tiene una finalidad doxológica!  El fin primordial de todo lo existente, y no sólo de la humanidad, es "glorificar a Dios y gozar de él para siempre" (Catecismo de Westminster).  El pasaje expresa, en su lenguaje poético y litúrgico, la misma verdad de Col.1.20: la muerte de Jesucristo en la cruz ha reconciliado a todo el cosmos.  El propósito eterno de Dios es de recapitular el universo (tà pánta) doxológicamente en Cristo (Ef. 1.10), hasta que él sea todo y en todos (Col 3.11).

 

El Amén de los cuatro vivientes (5.14): En un nuevo viraje sorprendente, pero de ninguna manera un anticlímax, el horizonte que venía en constante expansión de repente se reduce drásticamente, para volver a su original punto de partida.  Es como si la multitud de ángeles y el universo vibrante de vida se desaparecieran y quedamos viendo sólo el trono con sus inmediatos círculos de adoradores, igual que al principio (4.4-11).

 

La selección de los vivientes para este Amén final es doblemente apropiada. En primer lugar, fueron ellos los que iniciaron toda la liturgia con su recurrente Sanctus (4.8), y corresponde muy simétricamente que ahora les toque cerrar el ciclo con su Amén.  En segundo lugar, como representantes que son de la creación y la vida en sus múltiples manifestaciones, nadie mejor que ellos para responder antifonalmente a la majestuosa doxología de la creación entera (5.13).  Después de la poderosa catarata de títulos honoríficos y atributos divinos (5.12s), este maravillosamente simpático cuarteto responde con una sola palabra: "¡Amén!".  E igual que antes (4.9-10), los veinticuatro ancianos secundan el estímulo doxológico de ellos, en la misma forma de siempre: ¡postrándose!  Ese gesto constituye, en acción simbólica no-verbal, el "Amén" de los veinticuatro ancianos.

 

La palabra "Amén" viene del verbo hebreo aman que tiene el sentido básico de "ser firme, tener constancia", y "apuntalar".  Todo el pueblo de Israel ratificaba la Alianza con un solemne Amén (Jer. 11.3-7; cf Neh. 5.7-13).  Su uso más común y aparentemente más antiguo era como la confirmación de un juramento o una maldición (Jenni 1:298; Coenen 1:108: Nm. 5.22; Dt. 27.15-26, 12 veces).  Tardíamente se comenzó a usar para la adhesión a una alabanza o doxología (Neh. 8.6; 1 Cr. 16.36).  "Amén" bien puede traducirse en términos modernos con "así me comprometo" (BPL), cueste lo que cueste, de la misma manera en que Jesucristo, el "Amén" de Dios (Ap. 3.14; 2 Co. 1.20), "se santificó" por nosotros (Jn. 17.19) para ser obediente hasta la muerte (Jn. 13.1; Fil. 2.8).

 

Conclusión: ¡Que hermoso modelo de culto nos dan estos capítulos!  Todo culto debe avanzar coherentemente hacia una meta; debe ir creciendo y expandiéndose, "de gloria en gloria".  Eso es lo que sentimos al leer Apoc.4-5.  Como este culto insuperable, todo culto debe comenzar adorando a Dios por lo que es (cap.4) y por lo que ha hecho (cap.5).  Y todo culto debe terminar con el enfático "Amén" de nuestra entera consagración al Señor, arrodillados ante su Trono (5.14).

 

¡Qué domingo éste para Juan de Patmos!  El Señor se encontró con aquel pastor preso que se hallaba alejado de sus amadas congregaciones, y por medio de él con esas congregaciones que se encontraban sin su pastor.  Es que el culto supera el espacio y las distancias.  En el culto que Dios le dio a su siervo Juan, no sólo desapareció la gran distancia entre Patmos y las siete congregaciones, sino también entre cielo y tierra.  El Dios del cielo se hizo presente con su pueblo y les permitió ver su gloria.

 

                                                                                                                                     

 

Por Juan Stam B.

Revisado agosto 2018 enero 2016

 

 

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Cometarios (4)  
Re: Apocalipsis 4-5 como modelo del culto    Por Joel Sierra el 31/08/2018
Junto con usted, querido maestro Juan Stam, adoramos al Que está sentado en el trono y al Cordero, y queremos re-ordenar la vida entera de acuerdo a esa adoración.

Re: Apocalipsis 4-5 como modelo del culto    Por thalia gamiochipi el 06/01/2019
maravilloso, que gran experioencia

Re: Apocalipsis 4-5 como modelo del culto    Por Laura Saa el 23/01/2020
Todavía recuerdo cuando enseñó este texto. Me trasladé al cielo para adorar también a Dios.<br>

Re: Apocalipsis 4-5 como modelo del culto    Por Oscar del cid el 17/04/2020
Que gran experiencia de adoracion, alabado sea nuestro Señor


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